De la facultad y otras fiestas


Vivian Maier 


(Está sonando) (Está sonando II)

Volví a la Facultad hace un par de meses. Necesitaba un artículo doctrinal que, bien sabía, podría salvarme la vida. Ya en el coche, fantaseé con la idea de encontrarme con algún compañero. Bueno, no con cualquiera. Sabía muy bien con quién. Con Julio. Me habían contado que seguía opositando en Madrid -no a una oposición cualquiera, claro, él opositaba a una de las difíciles- y pensé que podría estudiar aún en la biblioteca de la Facultad.

Aparqué cerca del rectorado y dejé que los recuerdos me fueran golpeando uno a uno. Los mensajes de WhatsApp, las escasas conversaciones en clase, el día que me enteré de que tenía novia o cuando supe las razones de su ausencia en un examen de Internacional. Curiosamente, las únicas veces que había quedado a solas con él fueron antes y después del Erasmus. Algo debió ir muy mal en aquellas reuniones o citas -no sabría muy bien cómo llamarlo- porque nunca más volví a saber de él. Tengo que reconocer que, muy a mi pesar, le idealicé y actué movida por ese idealismo. Maquiné sobre posibles encuentros e incluso adecué lo que creía que eran sus gustos y aficiones a los míos. Echando la vista atrás, es muy posible que, intuyendo mi platonismo, Julio huyera como alma que lleva el diablo. 

Según avanzaba hacia la biblioteca, sentí el calor que produce la reflexión sobre los errores del pasado. Me toqué la cara mientras subía en el ascensor. Estaba ardiendo. Pensar en el error, el descuido, el lapsus o el traspié era fiebre, lanza, baile, su rostro mañana. Y así, rebusqué la revista como una autómata. Administrativo, Penal, Tributario. No. Claves de razón práctica para una mente atontada por algo que no llegó ni a fracaso. En vez de graznar "aquí y ahora", los loros de Huxley me inquirían en la nuca. ¿Fue aquel gesto, aquella mención, dije algo inconveniente? Y en cuanto a él, ¿vi sombras reflejadas en una pared, escuché murmullos? ¿O vi realmente, como el sabio que pudo liberarse de las cadenas, a un chico que valía la pena? 

Una voz gruesa me sacó de aquella vorágine. 
-¡Usted!
Me giré inmediatamente. No, no era Julio. Era otro hombre. Un hombre árbol de manos de alfarero. Un hombre que desentrañó con nosotros textos ininteligibles. True Plato. Había sido su alumna en primero de carrera y ya no me acordaba de su nombre. 
- ¡Hombre, profesor! ¿Cómo está?
No respondió inmediatamente.
- Me acuerdo de usted - murmuró entre dientes.
- Sí, yo también me acuerdo de usted- añadí, educada.
- ¡Lo raro es que me acuerde yo!- y se echó a reir.
Nos despedimos con un gesto.

"¿Y qué?" pensé con soberbia. "¿Qué me importará a mí que se acuerde o no se acuerde, que recuerde mi cara, mi voz o mis gestos? ¡Elimíneme, profesor! ¿Para qué guardar en la memoria a alguien que pasó por su aula sin pena ni gloria? Ya es usted mayor para enamoramientos o para confundirme con la hija que nunca tuvo. Con aquélla con la que habría leído la arenga de Pericles, y con la que habría exclamado: "¿Ves, cariño? Aquí nace la idea de demos y cratos. Como en los mitos, surge también de una fuente: la sangre de un pueblo vencido."
Y de pronto, en medio de aquel monólogo interior sin sentido, recordé una frase de Alessandro Barico. "Es un dolor extraño. Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca”. Y sentí ganas de llorar y ganas de reirme a la vez. Porque sí, porque igual que mi profesor se acordaba de mi imagen, quizá Julio se acordaría del WhatsApp, de la camisa que me ponía para ir a la Fiscalía, o de las miradas veladas por el idealismo. Y pensaría "¿qué importancia tendrá que se acuerde ella de mis gestos, de mi voz o de mi rostro? ¡Elimíname, compañera! ¿Para qué guardarme en la memoria si no llegué ni a fracaso? Ya eres mayor para enamoramientos, y mucho más para soñarme como el padre de tus hijos. Con aquél que les habría leído la guerra de Troya, cada noche, como hicieran con Schliemann".

Me subí al coche sintiéndome patética. Ignoraba, hasta aquel día, cuán arbitrario es el olvido. 

Comentarios

  1. No hay malgastar tiempo en quienes no muestran interés, aunque a veces resulta inevitable
    Increíble, como de costumbre
    Un beso

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  2. Ay, P... La pregunta es: ¿quieres que Julio te elimine, te olvide?
    Me encantan estas historias. Quiero más, ya lo sabes.
    ¡Abrazos de aquí a Madrid!

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  3. Lo primero es lo primero: la banda sonora de esta entrada me parece brutal. Las dos canciones me han transportado, como si viviera la escena de una película. Gracias.

    En cuanto a lo segundo nos sorprendería darnos cuenta de la cantidad de recuerdos que atesoramos de los demás sin que los demás atesoren ni la mitad de nosotros, o tal vez ninguno. Y no sé qué es peor, si vivir en esa ignorancia feliz o darnos cuenta de la realidad en algún momento...

    De ilusiones también se vive.

    Salud!

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  4. ¡Muchas gracias, M! Me alegra que te haya gustado! Y en cuanto a lo que dices, Ícarus, yo preferiría que me eliminara, me olvidara, y que nunca jamás pensara en esa historia. Óscar, en mi caso, creo que prefiero vivir en la completa ignorancia, para que así, mi memoria haga mejor su trabajo: Olvidar.

    Un abrazo a todos. :)

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  5. ¿Sabes? Pensamientos muy similares podrían haber pasado por mi cabeza. Los recuerdos son complicados. A veces tengo recuerdos que pensé que había olvidado y aparecen en mi cabeza sin motivo. O supongo que con todos los motivos.

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